jueves, 26 de noviembre de 2009

Amor cucaracho

Pasan muchas cosas en la corta vida de alguien como uno, siempre dispuesto a aventuras efímeras viviéndolas como posibles estilos de vida, como el camino a seguir por el resto de los días. Buscando, uno se encuentra por ahí enormes fuertes que al pisarlos mestran su verdadera naturaleza de castillitos de arena secos esperando a que un iluso-soñador-romántico-pelotudo los derrumbe. Siempre sospeché que hay alguien riéndose cuando eso pasa, pero la sospecha ha quedado ahí... pero el día en que encuentre al gracioso le cantaré las cuarenta (1).
En fin, la historia que quería contarles es la de la nochebuena del año pasado. No importará tanto dónde estaba exactamente ni con quién, sino que en los festejos me entró algo de nostalgia. Después de haber bebido unos tragos, me acerqué a la acequia para reposar las patas. Por alguna razón, tenía los zapatos puestos y no recordaba habérmelos puesto (de hecho, casi nunca usaba zapatos). Seguramente por la misma razón por la cual me había puesto una camisa colorinche sin los primeros dos botones. En eso de examinar lo que traía puesto casi como un reflejo tusivo, vi una cajita de fósforos que se movía. La caja era realmente grande: debía ser de esas que vienen con fósforos de cartón todos unidos a ella, con pocas unidades.
De atrás de la caja apareció, letal, preciosa, una cucarachonononona que no se puede explicar... desde la primera pata hasta la punta de sus antenas pasando por unas alas elegantes, todo en ella había sido creado para seducir. Me miró. Me mató.
Ahí tengo un bache que no logro aclarar. No me gusta mentir, así que diré lo próximo que recuerdo. La morocha estaba riendo por algo que dije. En ese momento pensé que con esta me caso, es la madre de mis hijos y todas esas huevadas. Seguramente los tragos me tenían medio tocado, pero sí recuerdo bien ciertas cosas que me obligué en ese momento a memorizar para demostrarme que no estaba borracho: las dos piedrotas frente a mi y detrás de ella formaban una sombra que tocaba exactamente la punta de la caja de fósforos. En fin, lo cierto es que me sentía insignificante ahí hablando con ella, pero a la vez asumí que ya tenía todo resuelto: el resto de mis días al lado de aquel repentino amor (2) (3)
Otro bache. Y finalmente vi las antenitas que se iban. Juro que las antenitas más lindas que recuerdo haber visto irse. No recuerdo su voz, aunque sí el gesto de "me voy".
Ya para esa hora la nostalgia se había hecho sueño y vómito.
No sé bien por qué he recordado esto ahora. De hecho, no sé si pasó completamente o si me pasó a mi; digo, me pareció haberlo visto de arriba, como siendo espectador, pero recuerdo (4) las sensaciones, la nebulosa donde estaba, la ilusión de la cucaracha del resto de mis días (5)

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(1) Seguramente no lo haga.
(2) Me avergüenza llamarlo amor, ahora.
(3) Hay que tener cuidado en lo que dice aquí el narrador ya que, teniendo en cuenta que los tiempos y las percepciones de las cucarachas no son los mismos que los nuestros (humanos), el significado de "el resto de mis días" no debe entenderse como mucho tiempo así como el de "amor" no podríamos asegurar se trata de un sentimiento profundo. Además, los amores cucarachos son así: repentinos y, por lo tanto, duraderos.
(4) Imagino?
(5) Una bocha de tiempo!

1 comentario:

  1. La cucaracha, la cucaracha ya no puede caminar....porque no tiene porque le falta...su morocha pa´besar....

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